Por Paula Juarez

La diplomacia científica es entendida como una herramienta de colaboración científica y tecnológica entre instituciones de investigación y desarrollo tecnológico, gobiernos y organizaciones internacionales para abordar los grandes desafíos vinculados a la “seguridad global” (Fedoroff, 2009; Nye,1990). Sin embargo, esta visión es limitada, especialmente para responder a las necesidades de los escenarios latinoamericanos.

Para ampliar la capacidad estratégica y situada de la diplomacia científica requerimos “abrir la caja negra” de esta concepción al menos en dos niveles, el político normativo – el por qué y para qué– y el tecno-cognitivo –el cómo-.

A nivel político normativo, la actual agenda de los problemas globales prioritarios en la diplomacia científica es planteada en términos de desafíos puntuales, preventivos y abonando a la interconexión global de los efectos adversos – “cambio climático”, “enfermedades infecciosas emergentes”, “riesgos de seguridad alimentaria”, “amenazas de ciberseguridad”, “escasez hídrica y energética”-. La cooperación internacional desde esta perspectiva es una mirada puesta en los recursos estratégicos, y una respuesta ante amenazas y riesgos a la seguridad mundial.

Asimismo, la Diplomacia Científica es una práctica que supone una igualdad de capacidades y recursos de diversas índoles (estratégicos, tecnológicos, financieros, entre otros) que posibilitarían que la cooperación científica redunde en resultados en los territorios. Sin embargo, en América latina, la diplomacia científica encuentra varias limitaciones como la falta de continuidad en las políticas gubernamentales y los conflictos sociales; los vaivenes presupuestarios que obstaculizan la participación en colaboraciones internacionales y la organización de eventos científicos; las brechas significativas en la infraestructura y las capacidades científicas; y la ineficiente coordinación entre las diferentes organizaciones de ‘ciencia’ y ‘política’ (agencias gubernamentales, instituciones académicas y organizaciones tecnológicas). Para los países latinoamericanos, estas dificultades afectan su capacidad de construir estrategias y orientar las agendas científico-tecnológicas hacia la resolución de los problemas de desarrollo local y regional.

A nivel tecno-cognitivo, la diplomacia científica aduce su carácter interdisciplinario, transfronterizo y articulador entre ‘ciencia’ y ‘política’, pero se asienta en la neutralidad y la universalidad de la producción científico-tecnológica. Supone que el conocimiento es bueno per se para cualquier escenario. Numerosos autores latinoamericanos -Varsavsky, García, Thomas, Dagnino, Rietti- han trabajado sobre la importancia clave de entender que todo conocimiento es político y situado para construir soluciones socio-técnicas adecuadas.  

Al mismo tiempo, hasta el momento, la Diplomacia Científica margina y excluye de sus análisis los conflictos transversales que no están vinculados a recursos estratégicos de seguridad como: la violencia política, sexual, racial y étnica; las desigualdades socioeconómicas en los territorios; el narcotráfico, venta de armas y trata de personas; la concentración de recursos y la mercantilización de la producción de conocimiento científico y tecnológica; los riesgos globales de las nuevas tendencias tecno-cognitivas (geoingeniería, armas biológicas, inteligencia artificial, entre otros) en actores privados; y restringe los problemas éticos y morales de los debates sobre el juego global. Estas formas de entender la producción tecno-cognitiva limitan la capacidad de la diplomacia científica de construir conocimientos y tecnologías adecuadas a la resolución de los problemas de desarrollo.

Lejos de quedarnos en las limitaciones de la Diplomacia Científica, este campo es ante todo una ventana de oportunidad para la generación de nuevas capacidades estratégicas y prácticas en el campo político y tecno-científico del escenario latinoamericano. En este sentido, los desafíos están puestos en pasar de una mirada de recursos a una de necesidades; y pasar de una visión de seguridad a una orientada al Desarrollo Inclusivo Sustentable.

Esto implica un giro político y tecno-cognitivo para el cual podemos aprovechar los conocimientos del campo de Ciencia, Tecnología y Sociedad latinoamericano, específicamente sobre Tecnologías para el Desarrollo Inclusivo Sustentable, promoviendo una mirada sistémica socio-técnica orientada a la resolución de los problemas estructurales de desigualdad, exclusión y subdesarrollo que son transversales a todos los países, vívidos y situados. Una mirada que entienda que todo conocimiento es político y situado. Que el conocimiento es diseñado para ciertos usuarios, objetivos y escenarios situados.

Superar estos desafíos requiere un enfoque integral que involucre la colaboración entre gobiernos, instituciones académicas, organismos de investigación y la sociedad civil para promover el desarrollo científico y tecnológico adecuado a la resolución de problemas de desarrollo a diversa escala en la región y el mundo.

A Scientific Diplomacy for Latin America: Contributions to the Generation of Strategic Capacities for Development

By Paula Juarez

Scientific diplomacy is understood as a tool for scientific and technological collaboration among research and technological development institutions, governments, and international organizations to address the major challenges related to «global security» (Fedoroff, 2009; Nye, 1990). However, this view is limited, especially in addressing the needs of Latin American scenarios.

To expand the strategic and situated capacity of scientific diplomacy, we need to «open the black box» of this conception at least at two levels: the normative political – the why and for what – and the techno-cognitive – the how.

At the normative political level, the current agenda of priority global issues in scientific diplomacy is framed in terms of specific, preventive challenges and contributes to the global interconnection of adverse effects such as «climate change,» «emerging infectious diseases,» «food security risks,» «cybersecurity threats,» «water and energy scarcity.» International cooperation from this perspective focuses on strategic resources and responds to threats and risks to global security.

Likewise, Scientific Diplomacy is a practice that assumes equality of capacities and resources of various kinds (strategic, technological, financial, among others) that would enable scientific cooperation to yield results in territories. However, in Latin America, scientific diplomacy encounters several limitations such as lack of continuity in governmental policies and social conflicts; budgetary fluctuations that hinder participation in international collaborations and the organization of scientific events; significant gaps in infrastructure and scientific capacities; and inefficient coordination among different ‘science’ and ‘policy’ organizations (government agencies, academic institutions, and technological organizations). For Latin American countries, these difficulties affect their capacity to build strategies and guide scientific-technological agendas towards solving local and regional development problems.

At the techno-cognitive level, scientific diplomacy claims its interdisciplinary, cross-border, and articulating nature between ‘science’ and ‘policy,’ but it is based on the neutrality and universality of scientific-technological production. It assumes that knowledge is inherently good for any scenario. Numerous Latin American authors – Varsavsky, García, Thomas, Dagnino, Rietti – have worked on the key importance of understanding that all knowledge is political and situated to build adequate socio-technical solutions.

At the same time, so far, Scientific Diplomacy marginalizes and excludes from its analysis cross-cutting conflicts not linked to strategic security resources such as: political, sexual, racial, and ethnic violence; socioeconomic inequalities in territories; drug trafficking, arms sales, and human trafficking; concentration of resources and commodification of scientific and technological knowledge production; global risks of new techno-cognitive trends (geoengineering, biological weapons, artificial intelligence, among others) in private actors; and restricts ethical and moral issues in debates about the global game. These understandings of techno-cognitive production limit the capacity of scientific diplomacy to build knowledge and technologies suitable for solving development problems.

Far from dwelling on the limitations of Scientific Diplomacy, this field is above all an opportunity for the generation of new strategic and practical capacities in the political and techno-scientific field of the Latin American scenario. In this sense, the challenges lie in shifting from a resource-oriented view to a needs-oriented one; and shifting from a security-oriented vision to one focused on Inclusive Sustainable Development.

This implies a political and techno-cognitive shift for which we can leverage knowledge from the Latin American Science, Technology, and Society field, specifically on Technologies for Inclusive Sustainable Development, promoting a systemic socio-technical view aimed at resolving structural problems of inequality, exclusion, and underdevelopment that are transversal to all countries, vivid and situated. A view that understands that all knowledge is political and situated. That knowledge is designed for certain users, objectives, and situated scenarios.

Overcoming these challenges requires a comprehensive approach involving collaboration among governments, academic institutions, research organizations, and civil society to promote scientific and technological development suitable for solving development problems at various scales in the region and the world.

Te invitamos a enviar tu resumen a la Mesa de Trabajo «Género, Tecnología e Innovación para el Desarrollo Inclusivo y Sustentable» del Congreso de la Tierra que se realizará entre los días 1 y 2 de julio de 2024 en la Ciudad de Buenos Aires.

Organizadoras:

Florencia Trentini (CITEDE-IESCT-UNQ-CIC-BA / CONICET/RedTISA)

Paula Juarez (CITEDE-IESCT-UNQ-CIC-BA / RedTISA)

Tamara Perelmuter (CIPAF – INTA / IEALC – UBA)

Ana Mazzino (CITEDE-IESCT-UNQ-CIC-BA / CONICET/RedTISA)

RESUMEN

La relación entre Innovación, Género y Desarrollo ha devenido un tema de interés central tanto en el campo académico, como para el diseño e implementación de políticas públicas, y es también un eje de intervención central de los movimientos sociales y de los organismos multilaterales y de crédito. La innovación y la tecnología son aspectos fundamentales del desarrollo y desempeñan un rol clave en las dinámicas de inclusión social y sustentabilidad ambiental, por lo cual es necesario atender cómo pueden contribuir a promover cambios estructurales que permitan revertir desigualdades de género (o por el contrario perpetuarlas y/o profundizarlas).

Esta mesa propone analizar diversas experiencias que busquen resolver problemas socio-ambientales en desde una perspectiva de género e interseccionalidad, buscando abordar las múltiples dimensiones y desigualdades presentes en el diseño, producción e implementación de las mismas, aportando a pensar los procesos de innovación desde su carácter situado, sistémico e inclusivo. Nos parece particularmente importante atender a las áreas consideradas estratégicas para la generación de dinámicas de inclusión social y desarrollo sustentable: agua y saneamiento, producción de alimentos y agroecología, vivienda y hábitat, reciclado y posconsumo. La mesa se propone como un espacio para compartir y debatir trabajos que se pregunten y analicen las relaciones de género en los procesos de diseño, producción e implementación de tecnologías y políticas públicas y su relación con les/as/os usuaries/as/os y destinataries/as/os; que analicen cómo incide el género en los procesos de construcción y de apropiación de conocimientos y cómo se reproducen o disputan los estereotipos de género al momento de producir conocimientos y tecnologías; y que atiendan a la relación entre la producción de conocimientos y tecnologías y la producción de identidades sexo-genéricas hegemónicas y disidentes.

Ingresa en: https://congresodelatierra.sociales.uba.ar/

En este ciclo de entrevistas Pablo Esteban nos trae la última información sobre ciencia en contexto de crisis global y pandemia.

La Mg. Paula Juarez, miembro del Área de «Estudios Sociales de la Tecnología e Innovación» del Instituto de Estudios sobre la Ciencia y la Tecnología (IESCT-UNQ) y la RedTISA cuenta los detalles de la búsqueda de estrategias sobre agua y saneamiento en época de pandemia de Covid-19 para el desarrollo sustentable en barrios vulnerables

Miralo en: https://youtu.be/odVSWzI0ymI

Autora: Dora Corvalán |  CONICET / Instituto de Estudios sobre la Ciencia y la Tecnología (IESCT – UNQ).

Ciencia, Tecnología y Política | Año 3 | N°5

“Trabajar en una estrategia integral para producir localmente a las vacunas del CNV (Calendario Nacional de Vacunación ) requiere ordenar acciones en función de un objetivo común, que rescate e integre capacidades, experiencias, conocimiento, en una interacción virtuosa hacia innovaciones de productos y/o procesos con tecnologías tradicionales y modernas”.

Descargar:

https://revistas.unlp.edu.ar/CTyP/article/view/10756

De la lucha a la profesionalización

El antropólogo Sebastián Carenzo trabaja junto a una cooperativa de recicladores en la generación de innovaciones tecnológicas para reutilizar residuos. Además, estudia los imaginarios vinculados al “cartonero”: figura que aún lucha por el reconocimiento social.

Nota original en Página12: https://www.pagina12.com.ar/diario/ciencia/19-289260-2015-12-30.html

 Por Pablo Esteban

En Argentina, la crisis económica y social de los 90 permitió la emergencia de la figura de los “cartoneros”. Carros, a veces tirados por caballos inconformes y otras tantas por la propia tracción y musculatura humana, comenzaron a desperdigarse y pulular por los principales centros urbanos y su periferia, en busca de residuos que fueran susceptibles de ser reutilizados de alguna manera. Familias enteras, expulsadas del sistema de trabajo formal, se lanzaron en la vía pública con el objetivo de sobrevivir en un escenario que no los reconocía y mucho menos los integraba. Hacia 2002, aproximadamente 40 mil personas “cartoneaban” en la Ciudad de Buenos Aires. En la actualidad, el panorama es diferente. En algunos casos, los recolectores llevan años asociados en cooperativas que les permiten una mayor organización y la construcción de una identidad que los visibiliza como colectivo. Exhiben una división tecnificada del trabajo y diseñan sus propias herramientas que promueven el ejercicio creativo para tratar los desechos, al tiempo que resignifican los imaginarios sociales respecto a sus tareas y modifican su autopercepción e identidad de grupo. Si en una primera etapa buscaban el reconocimiento social de su labor, hoy promueven acciones para que su empleo sea definido como servicio público, tan central como la luz, el gas y el agua.

Sebastián Carenzo es doctor en Antropología (UBA), investigador adjunto del Conicet y trabaja en el Instituto de Estudios Sociales de la Ciencia y Tecnología (Iesct) de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). En 2004 comenzó un proyecto de investigación y transferencia en la cooperativa Reciclando Sueños. Aquí, narra cómo fue su experiencia y comparte los aportes que puede realizar un antropólogo en el campo de la ecología y el medioambiente. Además, describe las transformaciones en las representaciones sociales de las actividades de los cartoneros y sus propuestas tecnológicas-innovativas.

–¿Por qué escogió esa carrera, qué le gusta de ser antropólogo?

–Siempre me interesó la antropología porque permite el ingreso del investigador a mundos diferentes a los que pertenece. Entre la licenciatura y el doctorado, realicé varias experiencias de trabajo de campo con poblaciones campesinas e indígenas. Como me gustaban todas las temáticas vinculadas a la geografía y a la ecología, trabajé en equipos de investigación que se preocupaban sobre temáticas como la gestión de áreas de conservación y reservas de biosferas. Luego participé del Grupo de Estudios sobre Ecología Regional (Geser) de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (UBA) para diseñar y poner en práctica proyectos ecológicos aplicados a montes nativos de Formosa y Chaco.

–¿Cómo fue su experiencia de trabajo de campo en aquellas provincias?

–Viajábamos todos los meses y realizábamos un trabajo de intervención. Durante esta etapa logré cosechar muchas herramientas para planificar estrategias de acción orientadas a resolver problemáticas concretas. Tratábamos de aceitar ese vínculo entre ciencia y vida cotidiana.

–En general, muchos proyectos de investigación-acción se caracterizan por exhibir una bajada técnica muy palpable. ¿Qué cree al respecto?

–Estoy de acuerdo. Por ello, en mi tesis de licenciatura procuré que el enfoque fuera distinto. Precisamente, abordé el modo en que las unidades domésticas campesinas participaban y moldeaban los proyectos en función de sus trayectorias de vida. Una nueva consideración que no los ubica como meros receptores de políticas públicas sino que reivindica sus capacidades de cambiar el rumbo de los programas de acuerdo a sus sentidos e imaginarios de grupo.

–¿Cómo llega a la cooperativa de cartoneros Reciclando sueños?

–En 2004, mientras realizaba la tesis doctoral sobre un pueblo artesano en Salta, un equipo perteneciente al Centro de Estudios de Investigaciones Laborales –CEIL– (Conicet) me propuso participar de un proyecto de investigaciónacción sobre una cooperativa de cartoneros. De modo que fui hacia La Matanza y recuerdo que me enamoré enseguida de lo que allí observé. En ese primer contacto, palpé un trabajo muy fuerte de construcción de artefactos a partir de materiales recuperados y me atrajo mucho la dinámica con que los recicladores urbanos realizaban sus actividades. Además, necesitaba un trabajo en Buenos Aires después de tanto viaje.

–Desde el trabajo etnográfico que realizan los antropólogos, ¿cuál es la diferencia que supone dirigirse a comunidades del norte del país y trabajar en entornos más conocidos por usted como la cooperativa en Buenos Aires?

–El campo de la ecología puede servir para marcar algunas diferencias. Las ideas de naturaleza muy distintas se pueden juzgar a partir del análisis que vincula las dinámicas entre lo humano y lo no humano. El monte, por ejemplo, para algunas comunidades norteñas en las que estuve, no representa un mero conjunto de árboles susceptible de ser explotado, sino que implica una compleja red de intercambio, un espacio de vínculo que puede o no ser aprovechado. Sus prácticas de consumo, también, proponían nuevos horizontes de sentido que me conducían a resignificar una y otra vez las propias formas de desechar materia que yo realizaba como habitante de origen urbano. Todo este proceso de replanteo y reflexividad también se desarrolló cuando comencé a trabajar en la cooperativa, pero de un modo distinto.

–Usted experimentó un proceso de desfamiliarización con sus propias prácticas a partir del contacto y la interacción con diversas alteridades.

–Exacto. En la cooperativa toda la dinámica vinculada a los desechos, es decir, definir cuáles eran residuos y cuáles no así como comprender nuevos procesos de reciclaje, pone en tensión nuestras propias representaciones sociales. Trabajé mucho en el primer programa de separación en origen y recolección diferenciada.

–¿A qué se refería ese programa?

–Básicamente, buscábamos redefinir los procesos de cooperación entre los vecinos de Aldo Bonzi y la cooperativa. Intentábamos desmontar los prejuicios que circulaban, tanto desde los vecinos hacia los cartoneros, como viceversa. Pude trabajar el miedo que les provocaba a los recolectores ir a tocar los timbres aledaños y preguntar sobre la basura que habían dejado los vecinos el día anterior.

–El trabajo de la cooperativa es reciclar y lograr la utilización de materiales a partir de nuevas tecnologías. ¿Qué lugar ocupa la creatividad?

–En principio, los recolectores reciclan materiales y, también, crean artefactos para poder operar sobre los primeros. Aunque de modo superficial a veces no se perciba, se desarrollan cambios que operan en las subjetividades de los cartoneros: no sólo realizan un trabajo mecanizado sino que se animan a transformar la materia a partir de herramientas creadas por ellos mismos. Lo más interesante es dar cuenta del modo en que las nuevas prácticas de las cooperativas aportan soluciones para cuidar el medioambiente y la salud pública, más allá de las estrategias que provienen desde los campos institucionalizados de ciencia y tecnología.

–¿Qué diferencias existen entre “cartonear” en la actualidad respecto de 2002? ¿Cree que se han modificado las percepciones sociales que se tejen respecto al trabajo de los recolectores?

–Por supuesto, en la actualidad las cooperativas llevan más de una década de lucha para lograr el reconocimiento de la labor de los cartoneros. Pienso que existe un reconocimiento generalizado de su actividad, hoy en día, definida como un trabajo. Sin embargo, aún no han logrado la valoración que ellos procuran.

–¿De qué modo pretenden que sus tareas sean valoradas?

–Quieren que su labor sea considerada como un servicio público, pues, la recolección de residuos es tan importante para la vida social como los servicios de luz, agua y gas. No se reconoce, en definitiva, la contribución que hacen mediante su trabajo a mejorar las condiciones de vida de la población. Si en una primera etapa la lucha era por el reconocimiento, el nuevo clivaje es el de la profesionalización.

–Y usted como cientista social, ¿cómo participó de ese proceso?

–Trabajamos en términos de investigaciónacción. Organizamos reuniones con los recolectores con el objetivo de generar espacios que permitan la emergencia de tensiones que caracterizaban al grupo. De modo que examinamos la autopercepción del grupo: desde cómo presentarse y relacionarse con los vecinos hasta la construcción de su propio concepto de Estado. Ello les ayudaba a interpretar desde otro marco sus relaciones con la Secretaría de Ambiente y con el Ministerio de Desarrollo Social. Y, luego, nuestro trabajo científico viró hacia una práctica etnográfica. En esta última etapa, nuestro interés está colocado en potenciar la capacidad innovativa de los recolectores y el modo en que la creatividad atraviesa su trabajo en contacto permanente con el medioambiente.

–¿Cómo cree que es la relación de los argentinos con la basura? ¿Piensa que la consolidación de la figura de los cartoneros en la vía pública sirve para resignificar este vínculo?

–Por supuesto. Uno de los mayores aportes que han hecho los cartoneros tiene que ver con un proceso de desfetichización de los residuos. El sistema de gestión de residuos, creado durante la última dictadura, otorgó un rol muy activo a las empresas privadas encargadas de la logística y profundizó ese mecanismo mediante el cual los ciudadanos sacan los residuos por la noche y a la mañana siguiente desaparecen. En contraposición a ello, la presencia de los cartoneros en la agenda pública –sobre todo de 2001 en adelante– nos obligó a pensar que se requiere de una gran cantidad de esfuerzo humano para que la basura desaparezca o se degrade. Esa organización del trabajo evita que los residuos continúen una ruta que engorda el stock de materia enterrada, para promover el desarrollo de un flujo que los transforma en materiales reutilizables. Todo ello fue posible gracias al trabajo de los cartoneros.

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